sábado, 26 de diciembre de 2009

La parte maldita de Georges Bataille


“El ingreso del trabajo en el mundo sustituyó, desde el inicio, la intimidad, la profundidad del deseo y sus libres desencadenamientos, por el encadenamiento razonable donde la verdad del instante presente ya no importa, sino que importa el resultado ulterior de las operaciones. El primer trabajo fundó el mundo de las cosas, al cual responde generalmente el mundo profano de los antiguos. A partir de la posición del mundo de las cosas, el hombre se convirtió en una de las cosas de este mundo, al menos durante el tiempo que trabajaba. El hombre de todos los tiempos se esfuerza por escapar a esta degradación. En sus mitos extraños, en sus ritos crueles, el hombre está, desde siempre, en la búsqueda de una intimidad perdida”.

La editorial Las Cuarenta acaba de reeditar La parte maldita de Georges Bataille, uno de los ensayos claves del siglo XX para continuar con la profundidad del pensamiento dionisiaco de Friedrich Nietzsche. Como él, Bataille prefirió ser un sátiro antes que un santo y a tono con la época e imbuido por la filosofía del martillo, salió a debatir con las ideas socialistas y liberales desarrollando la temática de la economía general, una inusual concepción de la disciplina económica, que rompía en pedazos la concepción sesgada e instrumental que hoy se sigue enseñando en todas las universidades del mundo.

La parte maldita es la denuncia de una moral económica que ha negado el don, que ha convertido el derroche en injusticia, evangelizando la economía. A través del concepto de potlach y de la parte maldita, Bataille recorre los modelos sociales de las sociedades religiosas: el cristianismo, el budismo y el Islam, para continuar su crítica demoledora con el Plan Marshall y la sociedad Soviética, realizando de este modo un trabajo sociológico y heterológico que abrió las puertas a la posibilidad de otra forma de concebir las relaciones sociales por fuera de la moral burguesa y cristiana a través de una pregunta epistemológica que debería marcar toda nuestra lógica: ¿Cómo podría el hombre encontrase –o reencontrarse- si la acción, a la cual lo expone de cierta manera la búsqueda, es precisamente aquello que lo aleja de sí mismo?

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